(Nota: Mientras buscaba por Internet una diferencia entre soberanía e independencia, me encontré este artículo muy interesante para el tema. Por la extensión del mismo, he decido dividirlo en tres partes. En la última parte vertiré mi opinión y comentarios al mismo.)
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Soberanía e independencia
Para mi es evidente que soberanía política e independencia económica se entrelazan de tal manera, que aquella deja de existir cuando ésta por unas u otras razones se pierde.
Para
enfrentarse con el tema estimo que no debe considerarse la soberanía,
del mismo modo que la libertad, como valores absolutos, sin
limitaciones. Hay libertad psicológica para elegir entre el bien y
el mal, pero no hay libertad moral, que equipare lo bueno y lo malo.
Desde este punto de vista, la libertad para hacer el mal, lleva
consigo la responsabilidad, y, por cierto, el derecho y el deber que
a la autoridad corresponde de castigarlo.
La
soberanía, para que no degenere en despotismo, hay que ejercerla
sabiendo que tiene limitaciones que deben respetarse. Soberanía no
puede confundirse con tiranía. Por eso la autoridad no puede ahogar
o suprimir la verdadera libertad, tal y como la hemos definido.
Ahora
bien, y por lo que a la soberanía afecta, que es la de la que nos
ocupamos, hay que fijar y aceptar las limitaciones a la misma, a fin
de que no se corrompa. La solución, bien conocida, de fragmentar el
poder de la autoridad que la ejerce en tres poderes distintos, el
legislativo, el ejecutivo y el judicial (al que luego se agregan
otros poderes fácticos muy influyentes y decisivos) fracasó, como
la experiencia histórica ha demostrado, porque los regímenes
políticos que conocemos, convierten la cooperación de los tres
poderes, para servir al bien común de los pueblos, con un
enfrentamiento constante, de tal manera, que uno de esos poderes
acaba por adueñarse de los otros dos. Lo que ocurrió con los
triunviratos romanos, no es más que un antecedente de lo que ocurre
hoy, y concretamente en España.
Las
limitaciones ínsitas en el poder soberano –y para mi acertadas-
son dos sumamente importantes porque contribuyen al bien común, y,
en consecuencia , a lo que se llama Estado del bienestar. Una de esas
limitaciones, podemos decir que viene de arriba, es decir, de la
existencia de unos valores prepolíticos y preconstitucionales, que
son algo así como el cimiento o la roca viva del entramado político,
es decir, lo que los juristas alemanes llamaron la Constitución de
la Constitución, y que Benedicto XVI, califica de innegociables.
Hay, pues, una Verdad política constituyente, y no una variedad de
opiniones políticas, incluso opuestas, sobre cuales son tales
valores. Dar testimonio político de la Verdad es algo trascendente.
Construir políticamente sobre una simple opinión equivale a
edificar sobre la arena. Entre el apóstol y el charlatán hay una
notable diferencia.
La
segunda limitación de la soberanía viene de abajo, del pueblo sobre
el que se ejerce. Hago hincapié en la palabra pueblo, que no puede
identificarse con poblado, ni con multitud, ni mucho menos con masa
inconsistente que se manipula o manosea. La idea de pueblo lleva
consigo la de unidad, no solo de coexistencia, sino de convivencia,
de tener un código genético colectivo, una biografía histórica y
una vocación de futuro y de cultura común. Por eso, un pueblo
auténtico, no se limita a escuchar y obedecer al que manda, sino que
en todo lo que es negociable y no está en desacuerdo con la Verdad
política, debe ser convocado para que de su opinión, para que
exponga las razones que tiene para mantenerla, ofreciéndole el cauce
legal para que así sea, y pueda servir de orientación y pauta a los
que ejercen el poder soberano.
(Continúa)
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*El autor es político, escritor y notario español.
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